¿SÍ, Y POR QUÉ NO?

¿SÍ, Y POR QUÉ NO?

 

 

“Somos más nosotros mismos

cuando asumimos la seriedad

con la que el niño juega”

Heráclito

“Me llevó toda una vida

aprender a pintar como un niño”

Picasso

 

¿Qué más puede hacer un infante si no es obedecer, fundamentalmente, a su madre? El instinto de supervivencia se lo impone; y además tiene que agradarle, tiene que hacerlo pues si no lo hace pone en riesgo el reconocimiento y la aceptación de parte de ella y sin eso su vida corre peligro y el lo intuye.

Y además de obedecer y agradar, ¿qué más hace? Experimentar, todo son experiencias sensoriales: lo que ve, lo que toca, lo que oye, lo que siente, lo que huele; todo lo sorprende, todo lo asombra, todo le atrae. Me intriga ­­mucho no saber qué pasará por su mente; me atrevo a pensar que tal vez nada, no sé, tal vez todo sea solo instintivo y sensorial, nada racional porque todavía no razona.

Crece y en la medida en la esto sucede lo que más va a escuchar es NO. Eso no se hace, eso no se toca, eso no se dice, eso no se pregunta. Más preocupante: “ni se atreva a pensarlo”. Y llega la madre hasta el punto de decir, la mayoría de las veces de manera inconsciente: “eso no se siente”; prueba de ello queda reflejada en esta definición de suéter: “Prenda de vestir que los niños usan cuando la mamá tiene frío”

Aún así, el niño empieza a explorarlo todo, a ensayarlo todo, a vivenciarlo todo; es muy curioso, muy observador, muy inquieto y como producto de esas condiciones naturales surge su casi única pregunta: ¿Por qué?: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? ¿Por qué así? ¿Por qué tanto? ¿Por qué tan poquito? Hasta el infinito.

Su curiosidad sin límites choca con respuestas tan escasas, solo son dos, como estrechas: “porque sí” o “porque no”; y aun cuando intentan hacer su mejor esfuerzo para satisfacer la curiosidad que los rebasa, solo alcanzan a decir: “Porque lo digo yo y punto.”

Así las cosas, se produce consecuentemente un acto de rebeldía, un rompimiento, una explosión que aparece siempre en todo acto creativo y tiene forma de pregunta, no podía ser de otra manera: ¿SÍ? ¿Y POR QUÉ NO? Esta pregunta desafiante y provocadora es el inicio de todo acto creativo.

¡Y ahí fue Troya!, porque entonces el niño toca, mueve, quiebra, rompe, voltea, desbarata, pone, cambia, agrega, quita, junta, separa, arruma, desparrama, ordena, desordena… porque sí, porque quiere, porque le gusta, pero sobre todo porque quiere respuestas, las necesita y le gustan las que está encontrando: su casa, la suya, la que el hizo a punta de cojines, sábanas aunque estén limpias, trapos de cocina, ganchos, cajas, pantallas de lámparas y todo lo que encuentre a su paso: “Permiso, sin pedirlo claro está porque no se lo van a dar, que estoy jugando.” No lo sabe, pero lo que está haciendo es creando su mundo, su vida.

Ahí estoy pintado, de manera muy parecida desarrollo mi actividad creativa. ¿Qué conservo de ese niño?: la curiosidad, la observación, y más que ella, la mirada, una manera más amable de mirar las personas, las cosas, la vida; la inquietud, la capacidad de asombro, la rebeldía, el instinto, el atrevimiento, las preguntas desafiantes y de manera muy, muy especial: la sensibilidad

Un día, hace poco, empecé igualito cuando me provocó jugar con el lápiz con el que dibujaba: lo quebré, lo desarmé, lo hice pedazos y lo volví a armar, cambié su tamaño y su función, le puse imanes, lo pinté y lo ensamblé. Inventé y diseñé un lápiz, el mío. Lo empaqué y con él llegué hasta la Feria internacional del juguete de Nueva York en el 2012. Tenía 61 años y seguía haciendo lo mismo que hacen los niños cuando juegan; y con la misma seriedad.

 

 

  Por: Horacio Fernández Escobar.

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