Por: José Luis Campos Benítez
Profesor universitario de Ciencias Sociales y Humanas. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. México.
El ideal será fecundo en tu vida
en la medida que llegues a soñarlo, a amarlo y quererlo, antes de vivirlo
(Alfonso López Quintás)
El 2 de noviembre, por añeja tradición en México, es que se conmemora el Día de Muertos, de ahí que una forma de celebración lo es el mencionar aspectos relacionados con ese misterio del hombre, como lo es el tema de la muerte. En esta ocasión, y en atención a esto último, me permitiré hacer alusión a una obra clásica de la literatura, conocida por propios y extraños, y que diera lugar a una gran comedia musical, también de la segunda mitad del siglo próximo pasado, que tuviera gran éxito en Broadway, me refiero a "El hombre de La Mancha", que la hicieran película para United Artist (USA 1972), dirigida por Arthur Hiller, guion cinematográfico de Dave Wasserman, estelarizada por Peter O’toole y Sophia Loren e inspirada en esa magna obra del Siglo de Oro de España y que escribiera Don Miguel de Cervantes Saavedra, nada menos que "El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha".
Apelo a la consideración del lector y ofrezco una sincera disculpa, de antemano, en el caso de que alguien aún no hubiese leído este gran clásico. Lo anterior, porque hay un pasaje de la obra escrita, al final de la misma, y, perdón, nuevamente, por “adelantar” un poco el final de ésta, pero sí que merece, una mirada atenta, emocionada, y ávida de percibir los enormes valores que ahí se comunican. Acostumbrado el lector a acompañar al protagonista en sus avatares, sus locas creencias e inesperados comportamientos a lo largo y ancho de la obra, es que espera de éste, por lo menos, una muerte digna y ya sin contratiempos. De ese pasaje de la obra, y escena de la película arriba mencionada, es de lo que versará esta colaboración.
La escena, en cuestión, invita a recrear genéticamente la obra escrita y la película, precisamente en la escena correspondiente a los últimos momentos del ingenioso hidalgo, de modo que, se invita a recordar esa escena y/o a imaginarla, cuando no, volverla a ver con quién más confianza se tenga. Este es un ejercicio de parafraseo inspirado en la versión original a manera de narrativa. Comenzamos…
El gran cuarto sólo era alumbrado por un candil del que colgaban grandes ceras y, en la esquina, frente a una talla de la Virgen, también iluminaban unas veladoras. En la cama de latón, hermosamente ornamentada, y cubierto de sábanas impecables, bordadas y tejidas, yacía un anciano octagenario, de complexión delgada, tez afilada, cabello cano, bigote retorcido y luenga barba. En actitud somnolienta, apenas si hacía caso de los familiares que se encontraban en el fondo rezando en silencio y, al pie de la cama, cual perro faldero, se encontraba un hombre maduro, regordete, bajo de estatura, y que no le quitaba la vista de encima al pecho del anciano siguiendo el ritmo pausado de su respiración.
De repente, irrumpe en el cuarto una mujer joven cuya edad frisaba entre el final de los treinta y comienzo de los cuarenta años, de ropa sencilla, cabello aliñado, ropa limpia, modesta, y mostrando gran interés por acercarse a la cabecera del enfermo. A pesar de que, inicialmente se le negó la entrada por ser desconocida para la familia, sí que se valió del recurso que tiene toda mujer guapa a los ojos del respetable, entre quiénes se encontraba el sobrino del anciano, y que permite el acceso a modo de concederle al anciano un último placer para sus ojos cuando mirara a aquélla hermosa mujer, quien a pesar de su sencillez, resaltaban sus finas facciones y bien torneadas formas.
La mujer se da cuenta que tenían razón los familiares al no permitirle la entrada pues el anciano se mostraba soñoliento, recostado y en actitud cansina, por lo que apenas si se percató de la presencia de la aldeana. Al lado de la cama reconoció al hombrecillo a quién el anciano nombraba como su escudero y que balbuceaba palabras casi imperceptibles hacia él: "No os muráis, mi señor, no os muráis (¡Vaya! -pensó la mujer- Esta sí que es fidelidad hasta la muerte), porque si os morís (¿Qué más drama puede ocurrir que la misma muerte? continuó la mujer para sus adentros)... a quién contaré estas historias?" (¡Ah! conque era eso. Entre tantos dicharachos como solía decir ese escudero, hizo que la mujer recordara uno: El interés tiene pies. Y este escudero todo el tiempo pensó disfrutar, también, las glorias de su señor). Ahora bien, y regresamos al diálogo con Ud. amable lector: ¿Qué interés podía tener esa mujer para visitar al anciano en su lecho de muerte? Continuamos…
No bien abrió los ojos el anciano para identificar a la persona que se acercaba a él cuando, al no reconocerla, decide continuar descansando, a ver si de esa forma cedía el dolor de cabeza que le aquejaba y que no le permitía reposar del todo. No recordaba que, horas antes, había librado un duelo con el Caballero de los Espejos, y, al caerse de su cabalgadura, se había golpeado la cabeza, con lo que, de manera portentosa, recobrar la memoria y se reconociera a sí mismo como Don Alonso Quijano, viudo, hacendado y sólo, excepto por la compañía ocasional de sus sobrinos y alguna hermana, quiénes se hacían presentes en esos momentos de honda necesidad, cuando los achaques propios de la edad parecieran superar toda fuerza para sobrevivir.
- Mi señor Don Quijote, soy Dulcinea, y viajé para saber de vuestra merced, pues supe que un caballero malandrín bien que os dejó postrado y en malas condiciones
- Disculpe, señora, y no es mala contestación, pero a fe mía que no la conozco, por lo que le suplico me permita descansar, intentar dormir un poco antes de hacer mis oraciones de la noche.
La mujer, desconcertada, voltea a ver al hombrecillo sentado en un taburete al lado de la cama y, con la mirada, le inquiere para aclararle la situación. Sancho se incorpora y aleja a la mujer del lecho de enfermo y le explica en voz baja que tampoco a él lo reconoce, pero que eso no obsta para irse, para dejarlo a su suerte acompañado de parientes que ya saborean la copiosa herencia que les corresponde.
La mujer insiste en que ella debe hablar con el anciano, pues para ello viajó desde tan lejos, porque tiene mucho que hacerle saber, para agradecerle el haberle conocido, pues nadie jamás le había hablado de esa forma y, mucho menos, dejar honda huella en su corazón al grado de querer cambiar de vida.
- Mira, Sancho, sólo el señor Don Quijote supo ver lo que pasa en mi alma atormentada, él fue el único que vio en mí algo más que una cara y cuerpo deseables, él me hizo ver que la vida vale la pena vivirla si empeñamos nuestro esfuerzo en pro de lo más sublime.
- ¿Cómo así? Preguntó Sancho
- Para empezar, me adjudicó un hermoso nombre -Dulcinea-
- Y vaya si mi amo os nombraba mañana, tarde y noche; si no dejaba de evocaros y enlistar un sinnúmero de cualidades que, si bien, no dudo que tuvieseis, yo, como que no veía tantas y, de hecho, y perdón que os lo diga, pero para mí erais una mujer común y corriente (y, tal vez, más corriente que común, por los menesteres a que os dedicábais, pensó socarronamente)
- De eso precisamente se trata, que sólo él pudo ver lo que yo podía llegar a ser: Admito que, hasta entonces, y sin más oficio que cocinar y servir en la taberna, así como ganarme otros dineros por algunos servicios extras, yo pensé que esa era mi destino, que los hombres sólo me buscaran para complacerse un rato y después lo mismo: la soledad y el hastío, por lo que debía "trabajar" para el futuro, para cuando se acabara la belleza que ellos creían ver y ansiaban más poseer. No fue así con Don Quijote, y me hizo sentir por primera vez distinta, diferente, valiosa, única, considerada, amada más que nunca. ¿Cómo no se lo voy a agradecer? ¿Cómo no recordar esas palabras que me cambiaron la vida?
- Ay, señora, que mi amo ha pronunciado tantas palabras que, ahora, para saber cuál de todas...
- No es tan difícil, pero tampoco hay tiempo para repetir como no sea a los oídos de mi señor Don Quijote, exclamó la mujer.
- ¿Qué tanto decís? Espetó el anciano ¿Y por qué persistís al quedaros en esta habitación, si yo no os conozco? ¿Es que, acaso no os enseñaron la caridad cristiana y consideración para con los enfermos?
- Mi señor Don Quijote...
- ¡Qué Quijote, ni qué ocho cuartos! Que me llamo Alonso y, de apelativo, Quijano, para servir a Dios y a vuestras mercedes, pero ¿Es que no me dejaréis nunca en paz?
- Señor, perdonad el atrevimiento, insistió la mujer, pero es que sería un sinvivir para mí no visitaros ni deciros lo que en mi pecho guardo y que sólo a vuestros oídos corresponde saber
- Buena mujer, contestó el anciano, bien haríais en estar en vuestra casa, pues no está bien que vuestra merced permanezca en los aposentos de un hombre solo, por muy enfermo que esté. Si me permitís, quisiera descansar un poco. ¡Ah! Y no olvidéis mi nombre de pila para rezar adecuadamente por este pecador.
- Lo que no olvido son vuestras sabias enseñanzas, vuestra apuesta decidida por lo valioso y sublime, por vivir de acuerdo a la conciencia y siempre orientada hacia el bien, cosa que nunca había visto en ningún otro hombre (Y, mirad que, de hombres, tengo buen trecho de conocer. Pensó para sus adentros, ya sin orgullo, la mujer joven que respondía al nombre de Aldonza Lorenzo)
Sancho miraba expectante la escena y, desconcertado, se preguntaba si también ocurriría lo mismo, que no lo reconociera a él en absoluto, por lo que prefirió no abrir la boca y continuó escuchando con atención cuanto la mujer quería expresar al anciano moribundo.
- Mi señor, vos me dijísteis, una y otra vez, que...
¿Cuándo os he dicho algo? Que desvariáis, señora mía, y ya hablo a mis parientes para que os requieran de retiraros
- Mi señor, insistió la mujer, sólo repetiré vuestras palabras en voz baja y prometo no molestaros; es más, se pronuncian en canción, tal como habéis enseñado, con enjundia y énfasis en cada frase.
¡Dios mío, dadme paciencia y permitidme cerrar los ojos para descansar, que os ofrezco en penitencia escuchar cuanto esta buena mujer tenga a bien decirme!
- Vos me habéis dicho (Y comienza a cantar, suavemente, pausadamente, pero procurando hacer entendible cada palabra, cada frase, mirando a los ojos fijamente al anciano y reprimiendo el deseo de tomarle de la mano) : "CON FE LO IMPOSIBLE SOÑAR/ AL MAL COMBATIR SIN TEMOR/ TRIUNFAR SOBRE EL MIEDO INVENCIBLE/ EN PIE SOPORTAR EL DOLOR./ AMAR LA PUREZA SIN PAR/ BUSCAR LA VERDAD DEL ERROR/ VIVIR CON LOS BRAZOS ABIERTOS/ CREER EN UN MUNDO MEJOR./...
Al oír lo anterior, el anciano abre los ojos y un brillo inusual denota que reconoce lo que se está diciendo/cantando, incluso se incorpora de la cama para seguir activamente lo que hace la mujer, por lo que se une y repite con ella, eufórico y fuera de sí: "ESE ES MI IDEAL, LA ESTRELLA ALCANZAR/ NO IMPORTA CUAN LEJOS SE PUEDA ENCONTRAR/ LUCHAR POR EL BIEN/ SIN DUDAR NI TEMER/ Y DISPUESTO EL INFIERNO ARROSTRAR/ SI LO ORDENA EL DEBER./ Y YO SÉ QUE SI LOGRO SER FIEL A MI SUEÑO IDEAL/ ESTARÁ MI ALMA EN PAZ AL LLEGAR/ DE MI VIDA EL FINAL./ Y SERÁ ESTE MUNDO MEJOR/ SI HUBO QUIÉN SOPORTANDO EL DOLOR/ LUCHÓ HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO/ POR SER SIEMPRE FIEL A SU IDEAL."
El esfuerzo fue extraordinario para ese enfermo que así se había incorporado ya de la cama emocionado por ese vivo recuerdo. De repente, se lleva las manos al pecho en un rictus doloroso como inesperado e inmediatamente se ven los efectos deletéreos, definitivos, que le hacen reposar luego del espasmo y descansar con un semblante pacífico en los brazos de su inolvidable Dulcinea. Solo una voz cercana se oye murmurar, a manera última petición: "No os muráis, mi señor, no os muráis; porque, si os morís, ¿A quién contaré estas historias?"
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Andrea parra (miércoles, 04 octubre 2023 13:29)
Gracias al escritor y felicitaciones por apreciar y enaltecer este clásico y de paso enseñarnos de algún modo la magia de la muerte. Que ingenio para llegar al publico . Mil gracias.
Oscar medina (miércoles, 04 octubre 2023 13:39)
Así debe ser la vida.
realidad y ficción . El escritor hace que la muerte y su significado sea abordado con más reflexión por medio de este verdadero clásico .